A seis meses de asumir la presidencia de México, Claudia Sheinbaum enfrenta una encrucijada política que distingue su mandato del de su antecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Mientras López Obrador construyó su figura como un líder casi indisoluble de su partido —un caudillo moderno que encarnaba la esperanza de la «Cuarta Transformación»—, Sheinbaum ha intentado navegar un camino más institucional, aunque las circunstancias parecen empujarla de vuelta al terreno partidista que buscaba evitar. Este contraste no solo refleja diferencias de estilo, sino también los límites de un proyecto político que, sin el carisma de su fundador, lucha por mantener cohesión frente a desafíos internos y externos.
Al asumir el cargo en octubre de 2024, Sheinbaum anunció su separación formal de MORENA para enfocarse en su rol como presidenta, un gesto que buscaba subrayar su compromiso con la institucionalidad. Sin embargo, la ausencia de una figura fuerte que unifique al partido —sumada a las tensiones entre facciones y a legisladores que priorizan agendas personales— la ha obligado a retomar un papel activo en la militancia. Este domingo se conoció una carta que Sheinbaum envió a la dirigencia de MORENA, sin lugar a duda dirigida especialmente a sus coordinadores parlamentarios. La misiva advierte sobre el riesgo de fractura interna y la necesidad de respetar los llamados principios del obradorismo, que claramente despreció el propio López Obrador con el ejemplo de corrupción de él y su familia, principios a los que también distinguidos miembros de su partido han faltado y que contradice la aparición de figuras como Alejandro Murat o Miguel Ángel Yunes, con claros antecedentes de deshonestidad en el patio de MORENA.
Este movimiento revela una paradoja: la presidenta, que buscaba distanciarse del partido, ahora depende de su influencia para evitar que su proyecto se desangre en luchas de poder. Para analistas como José Antonio Crespo (CIDE), «MORENA nunca fue un partido estructurado, sino una plataforma electoral alrededor de AMLO. Sin él, Sheinbaum debe construir lealtades desde cero, algo complejo en un sistema donde el presidencialismo mexicano ya no es el de antes».
En un giro reminiscente de las «mañaneras» de AMLO, Sheinbaum ha optado por reactivar la narrativa de la «lucha contra la oligarquía», centrándose en figuras del pasado. Su reciente ataque a Ernesto Zedillo —a quien acusó de ser «vocero de los reaccionarios» y beneficiario del rescate bancario de 1995 (FOBAPROA)— busca desviar la atención de problemas urgentes como la inseguridad (con más de 30,000 homicidios dolosos en 2024) o la pobreza (que afecta al 43% de la población, según Coneval).
El FOBAPROA, un esquema de rescate financiero que costó al erario cerca del 15% del PIB y cuyas deudas fueron absorbidas por el Estado, sigue siendo un símbolo de corrupción para la izquierda. Sin embargo, la insistencia en revivir este debate —junto con señalamientos a empresarios como Claudio X. González— sugiere una estrategia dual: movilizar a la base morenista al evocar enemigos comunes, mientras se intenta cohesionar a un partido fragmentado.
No obstante, intelectuales como Denise Dresser han cuestionado esta táctica: «Sheinbaum hereda un país con crisis múltiples. Enfocarse en Zedillo, quien dejó la presidencia hace 24 años, parece anacrónico cuando hoy hay casos de corrupción en su propio gobierno, como el escándalo de la Línea 12 del Metro».
La comparación entre Sheinbaum y Zedillo resulta irónica. Ambos intentaron distanciarse de sus partidos: Zedillo proclamó la «sana distancia» con el PRI tras el asesinato de Colosio, y Sheinbaum buscó ser «presidenta de todos». Sin embargo, el resultado podría ser similar: Zedillo vio cómo el PRI perdía en 2000 tras 71 años en el poder, y Sheinbaum hoy enfrenta un MORENA debilitado, cuyas divisiones podrían acelerar su declive.
El detonante de la confrontación fue una declaración de Zedillo en enero de 2024, donde afirmó que «México vive un proceso de erosión democrática bajo MORENA, con concentración de poder y ataques a órganos autónomos». Sheinbaum, en lugar de refutar los argumentos —como la reforma electoral que redujo el presupuesto del INE o los ataques a la Suprema Corte—, optó por descalificar al mensajero, tachándolo de «representante de intereses neoliberales».
Llama la atención que la oposición tradicional —PAN, PRI y PRD— no haya capitalizado este debate. Su ausencia en la defensa de la democracia contrasta con la emergencia de nuevos actores como el partido en formación México Nuevo Paz y Futuro, que busca llenar el vacío con una plataforma centrada en reconstruir instituciones, garantizar división de poderes y promover políticas de seguridad basadas en evidencia. Su propuesta es superar la polarización entre el morenismo y una derecha añeja, ofreciendo una alternativa progresista pero no populista.
Los primeros seis meses de Sheinbaum dejan una pregunta crucial: ¿Puede su gobierno abordar problemas estructurales sin caer en la trampa de la confrontación histórica? Mientras AMLO usó la retórica anti-neoliberal como cemento ideológico, Sheinbaum parece recurrir a ella por falta de opciones. Su desafío es doble: construir un liderazgo propio en un partido que aún vive a la sombra de López Obrador, y responder a demandas ciudadanas que exigen soluciones concretas, no batallas del pasado.
La creación de México Nuevo Paz y Futuro es una necesidad ante el hartazgo popular con la clase política actual. Si Sheinbaum no logra reconectar con esa ciudadanía crítica —más allá de su base dura—, el riesgo no es solo su desgaste, sino que el proyecto de la Cuarta Transformación termine siendo, irónicamente, otra víctima de la polarización que ayudó a crear.
Reitero la invitación a quienes creen que otro México es posible —uno donde el populismo no tenga cabida—, a unirse a la construcción de esta alternativa. Llama al 55-5606-1894, 55-2924-5017 o 55-2837-3193.
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